miércoles, 8 de mayo de 2013

Una historia verdadera, de David Lynch


El reverso luminoso de la América profunda

Se tiende a confundir lo que es una película antigua con una película clásica. Una película es clásica independientemente del año en que se rodara. Una historia verdadera es un clásico desde el primer día que se proyectó en una sala de cine.
Reconozco que no soy un gran admirador de David Lynch. Su filmografía tiene un buen puñado de grandes títulos como Cabeza borradora, Carretera perdida, Terciopelo Azul o El hombre elefante. Sin embargo, también hay muchas otras que son simples fuegos artificiales de un director con un magnífico talento visual (Dune, Corazón salvaje, la inefable Inland Empire). Pero en 1999 dejó de lado todas las recurrentes obsesiones que plagan su carrera cinematográfica (quizá porque el guión no era suyo), y realizó una película maravillosa.




En un pequeño pueblo de Iowa, un anciano que vive con su hija discapacitada mental (Sissy Spacek, en un papel corto pero excelente) recibe la noticia de que su hermano, con el que lleva 10 años sin hablarse por una pelea familiar, ha sufrido un infarto. Como su estado le impide conducir, emprende un viaje desde Iowa hasta Wisconsin en una cortacésped, para así poder reunirse con él.
Alvin, que así se llama el personaje protagonista, fue el último papel que interpretó Richard Farnsworth en el cine antes de morir, y también fue el más importante (de hecho, estuvo nominado al Óscar a título póstumo ese año, aunque el premio se lo llevó Kevin Spacey por American Beauty). Es un personaje muy bien construido en guión y muy bien interpretado. Testarudo desde la primera secuencia; tierno, especialmente con su hija; austero (lo único que come durante el viaje son salchichas de hígado), con un duro pasado familiar y como veterano de la 2ª Guerra Mundial (“las caras de mis compañeros siguen siendo jóvenes, y cuanto más viejo soy yo, más jóvenes son ellos”). Desde luego, no se puede negar que David Lynch le brindara la mejor despedida posible a Richard Farnsworth.



David Lynch es un especialista en retratar el reverso tenebroso del “american way of life” (el barrio residencial de Terciopelo azul resulta paradigmático de esto). Sin embargo, en Una historia verdadera hace exactamente lo contrario, mostrar el reverso luminoso de la América profunda. A lo largo de su viaje Alvin, irá relacionándose con personajes a cada cual más especial, más bondadoso. Desde la autostopista adolescente que se ha fugado de casa por quedarse embarazada, hasta los miembros de la familia que le acogen mientras reparan su cortacésped.
Aunque he dicho que no soy un gran fan de Lynch, eso no me impide reconocer que es un maravilloso director. Conoce al dedillo todas las técnicas y trucos de su oficio y sabe aplicarlas a la perfección. Hay una secuencia al comienzo de la película que me gustaría resaltar como perfecto ejemplo de esto: Alvin y su hija Rose están sentados frente a la ventana, charlando y observando la lluvia. Suena el teléfono y Rose se levanta a cogerlo, pero la cámara se queda en un primer plano de Alvin. Rose recibe la noticia del infarto de su tío fuera de campo. Lo que Lynch nos muestra es la cara de Alvin mientras escucha la conversación, con las sombras de las gotas de lluvia resbalando por su cara. Es una secuencia absolutamente magistral.



Aunque es innegable que Una historia verdadera es la menos Lychiana de todas las películas de Lynch, sí que hay algunas cosas en las que podemos reconocer el sello del director. Fundamentalmente, en los personajes del pueblo de Alvin, la vecina que toma el sol con papel de aluminio, el hombre de la tienda, los viejos del bar…
Hay en esta película una influencia muy notoria de la pintura de Edward Hopper, posiblemente el pintor que más y mejor ha influenciado a los cineastas americanos a partir de la segunda mitad del siglo XX. Los paisajes de campos de maíz, los personajes solitarios, las gasolineras de carretera, los graneros abandonados y las carreteras desiertas que habitan esta película beben directamente de la obra de Hopper.



Por  otro lado, no se puede hablar de esta película y pasar por alto el trabajo de fotografía que hace Freddie Francis y la espectacular banda sonora de Angelo Badalamenti. Desgraciadamente, se tiende a minusvalorar la importancia de la música y la fotografía en el cine. El día después de los Óscar es fácil escuchar que tal película se ha llevado dos premios menores, y resulta que ha ganado el Óscar a mejor fotografía y mejor banda sonora. ¿Menores? La inmensa mayoría de las obras maestras de la historia del cine tienen una brillante fotografía y banda sonora. ¿Qué sería de El padrino sin Nino Rota y Gordon Willis? ¿O de Hitchcock sin Bernard Herrmann? ¿O de Ciudadano Kane sin Greg Toland?
Una historia verdadera es una road movie que reflexiona acerca de la vejez (Alvin dice en un momento dado “lo peor de la vejez es recordar cuando eras joven”), del paso del tiempo (representado con maestría por Lynch en esa panorámica que va de la cortadora de césped al cielo, y del cielo a la cortadora de césped) y de la importancia de los lazos familiares. De alguna manera, ese viaje en cortacésped rodeado de esos interminables campos de maíz de Iowa, supone para Alvin una penitencia por todos los años que ha perdido con su hermano. Cuando se ofrecen a llevarle en coche, él contesta “es un viaje que tengo que hacer a mi manera”. 



Habría sido magnífico que Una historia verdadera supusiera, para un director con tanto talento como David Lynch, un punto y aparte en su carrera. Que hubiera puesto ese talento al servicio de películas de este estilo. Desgraciadamente (al menos para mí, hay por ahí una legión de lynchófilos que piensan todo lo contrario) sólo supuso un paréntesis. Pero fue un paréntesis maravilloso, en el que me encanta detenerme una y otra vez.

Alfonso Mazarro

                                      Banda sonora de Una historia verdadera

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me han entrado ganas de verla otra vez. Es una maravilla y coincido contigo en que es un paréntesis delicioso. Un saludo.