Tengo que empezar esta crítica, igual que empecé la anterior,
advirtiendo de que en ella voy a hablar del final de la película. No creo que
eso tenga importancia para disfrutarla, pero para el que crea que sí, aquí dejo
el enlace para poder ver la película completa antes de leer el texto.
En 1931, el cineasta alemán Fritz Lang dirigió M, el vampiro de Dusseldorf, y con ello
dio una clase magistral de en qué consiste el oficio de director de cine. Todas
las escuelas de cine del mundo deberían tener la obligación de enseñar esta
película a sus estudiantes. Estudiar cine, y no haber visto M, el vampiro de Dusseldorf es como
estudiar literatura y no haber leído Crimen
y castigo.
El argumento de la película es sencillo.
La ciudad de Dusseldorf vive atemorizada por un asesino en serie de niñas. La
paranoia y la psicosis colectiva están haciendo mella en la población. La
policía hace redadas día y noche, y esto provoca graves perjuicios a los
criminales de la ciudad. Por ello deciden capturar a M por su cuenta, contando
con la ayuda de todos los mendigos de Dusseldorf.
En 1931, el cine sonoro todavía estaba en pañales. De hecho
hay muchas secuencias en la película que podrían ser de cine mudo, secuencias
sin diálogos en las que se obvia el sonido ambiente, como cuando la policía
hace la redada en el barrio rojo (ni sirenas, ni ruidos de coches, nada).
Prácticamente todos los directores de aquella época venían del cine mudo, lo
que equivale a saber narrar sólo con imágenes. Sería un muy buen ejercicio para
todos aquellos que quieran ser directores de cine, que antes, al menos rodaran
un corto mudo, que se enfrentaran a tener que narrar una historia sin poder
agarrarse al flotador de los diálogos. En una de las primeras secuencias de la
película, y quizá una de las más recordadas, M asesina a una niña después de
encandilarla con un globo. Para contarlo Fritz Lang sólo necesita tres planos,
un plato vacío de sopa, una pelota rodando por el suelo y un globo que se eleva
en el aire. Una secuencia así sólo podía hacerla alguien que viniera del cine
mudo. La pregunta ¿en qué consiste ser director de cine? se contesta con esos
tres planos.
Pero Lang tenía un juguete nuevo en sus manos, el sonido.
¿Cómo sacarle el máximo partido? ¿Qué posibilidades se la abren ahora de las
que antes carecía? Bueno, pues esto también lo solventó con maestría. Durante
los primeros tres cuartos de hora de la película apenas vemos a M. Sólo un
breve plano ante el espejo, mientras la voz en off de un grafólogo analiza la
personalidad del asesino atendiendo a su letra (recurso sonoro). El otro
momento, también breve, en el que aparece, es en el asesinato de la niña. Vemos
cómo la engaña comprándole un globo y cómo se la lleva, pero sólo a través de
su espalda y su sombra (qué juego le dieron las sombras a Lang en todas sus
películas, pero especialmente en ésta). ¿Cómo lo reconoceremos entonces, a
partir de ahí? Por el silbido de una melodía, En la gruta del rey de la
montaña, de Edvard Grieg. Ese silbido va a acompañar al protagonista toda
la película. Un sentimiento de amenaza nos embargará cada vez que lo
escuchemos. Y ese silbido será también la perdición de M.
Fritz Lang es una de los mejores directores de la historia
del cine, pero también uno de los más infravalorados. Personalmente creo que
está al mismo nivel que otros mundialmente reconocidos como Alfred
Hitchcock u Orson Welles. Sin embargo, fuera de los círculos cinéfilos, no
mucha gente conoce a Fritz Lang. Es autor de películas, aparte de la que nos
ocupa, como Metrópolis, El testamento del Dr. Mabuse, Perversidad, La mujer del cuadro o Los
sobornados. Todas ellas se encuentran entre las más grandes de la historia
del cine. M, el vampiro de Dusseldorf fue la penúltima película de su etapa
alemana. En 1933, el ministro de propaganda del Reich, Joseph Goebbels (que era
un criminal, pero de tonto no tenía un pelo), le ofreció hacerse cargo de la
UFA, los grandes estudios del cine alemán, lo que suponía convertirse en un
muñeco al servicio de la propaganda nazi. Fritz Lang, contrario al nazismo (de
hecho muchos vieron en El testamento de
Dr. Mabuse una alegoría contra el nacionalsocialismo), abandonó esa misma
noche Alemania rumbo a Francia, como paso previo a su marcha a los Estados
Unidos. La cantidad de talento del que se benefició el cine americano, con
motivo del exilio de numerosos cineastas alemanes (Fritz Lang, Billy Wilder,
Ernst Lubitsch, Otto Preminger…) es incalculable.
El otro gran responsable de que M sea una película perfecta es el gran Peter Lorre, perfecto en el
papel de psicópata (bien es cierto que con esa cara ya tenía la mitad del
trabajo hecho). Hay quien ha dicho que Lorre quedó encasillado después de hacer
esta película. Es posible, pero bendito encasillamiento. El hombre que sabía demasiado, El halcón maltés o Casablaca
son algunas de las películas que se beneficiaron del encasillamiento de
Peter Lorre.
Hay muy pocos cineastas capaces de enlazar una secuencia con
otra con la naturalidad y la maestría con la que lo hace Lang. Toda la película
va encajando secuencias como si de un puzle perfecto se tratara. Durante el
primer acto vemos el asesinato de una niña (no explícitamente, como he
explicado antes, que nadie se asuste), la psicosis colectiva que provoca en la
sociedad, la opinión de políticos, periodistas, grafólogos, policías,
delincuentes… Y todo esto se va tejiendo con una facilidad pasmosa. Finalmente,
el primer acto se cierra con un maravilloso montaje paralelo en el que se
muestra los planes, por un lado de los criminales, y por el otro de la policía
para atrapar a M. Si Hitchcock sorprendió a todos al matar a la protagonista de
Psicosis a la media hora de película, aquí Lang hace justamente lo contrario.
Durante los primeros tres cuartos de hora todo gira en torno a M, pero sin que
aparezca más de un minuto en pantalla. Es un protagonista ausente.
Una película gigante como ésta merecía un final gigante.
Después de atrapar a M, los delincuentes de Dusseldorf deciden someterlo a
juicio. Allí, abrumado y aterrorizado, suplica clemencia, en un discurso propio
de un drama shakespeariano. Sus palabras nos harán reflexionar acerca de la
moral y el libre albedrío (“¿Acaso puedo cambiar? ¿Acaso no tengo esa semilla
maldita en mí? ¿Ese fuego, esa voz, ese suplicio?”). Y la pregunta clave la
hace el abogado defensor que han designado los criminales. ¿Es culpable un
hombre incapaz de controlar sus actos?
Han pasado 84 años desde que Fritz Lang rodara M, el vampiro de Dusseldorf, y es una
película mucho más moderna que la mayoría de las que podamos ver en la
cartelera del periódico de hoy.
Alfonso Mazarro
Alfonso Mazarro
2 comentarios:
Bien.
Coincido bastante con tus apreciaciones.
Saludos!
Es interesante ver como Lang examina esa dualidad del ser humano en muchas de sus películas, donde hasta los ciudadanos del común pueden volverse una turba furiosa que arrasa con todo, como por ejemplo en Furia o la misma Metrópolis.
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