Más humanos que los humanos
“Yo he visto cosas
que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto
rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tanhauser. Todos esos
momentos se perderán en el tiempo. Como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”.
Con este monólogo, uno de los más famosos de la historia del cine, el
replicante Roy Batty, interpretado por Rutger Hauer, ponía punto final a su
existencia. Él, que ha empeñado los últimos días de su corta vida en encontrar
la forma de alargarla, asume que su hora ha llegado, y demuestra con esas
palabras, cuán profunda es, en el fondo, su humanidad, Y éste es el quid de Blade Runner.
La película está
inspirada en la novela de Philip K. Dick, Sueñan
los androides con ovejas eléctricas. Dick es uno de los más famosos
escritores de ciencia-ficción y uno de los más adaptados a la gran pantalla,
también. Desafío total, Minority Report o
Paycheck son algunas de las películas
que se han inspirado en sus relatos. Ninguna ha estado, siquiera cerca, de
alcanzar el nivel de Blade Runner.
En 1982, los astros
debieron de alinearse para que una serie de factores se juntaran, y permitieran
a Ridley Scott realizar la que, para mí, es la mejor película de ciencia
ficción de la historia. Todo es perfecto en Blade
Runner, la dirección de Scott, la fotografía de Jordan Cononweth, la música
de Vangelis, la dirección artística de David Snyder… Todos estos elementos convierten
a Blade Runner en una obra absolutamente hipnótica. Podría verse sin sonido en
cualquier clase de Historia del arte sólo para admirar la belleza de sus
imágenes. Nunca volvió Ridley Scott a dirigir una película de esta categoría
(su anterior trabajo, Alien, el 8º
pasajero, y en menor medida, su ópera prima Los duelistas, son las únicas de su filmografía que pueden aguantar
la comparación). Después de Blade Runner,
se volvió vulgar e intrascendente. Ha mezclado trabajos aceptables como Gladiador, Thelma y Louise o American Gangster, con otros
verdaderamente bochornosos como La
teniente O´Neill o 1492, la conquista
del paraíso. No son pocos los chascarrillos cinéfilos que afirman, después
de ver sus siguientes películas, que es imposible que Ridley Scott fuera el
verdadero director de las tres obras que inauguran su carrera. Si veis, en sesión doble, Blade Runner y La teniente O´Neill, a vosotros también os asaltarán algunas dudas.
En el año 2019 (la
fecha se hace rara hoy en día, sí) la humanidad se encuentra en pleno proceso
de colonización de otros planetas. Para realizar las misiones más peligrosas,
los humanos han creado artificialmente unos seres, llamados replicantes, con
aspecto humano, pero superiores en fuerza y habilidad, e iguales en
inteligencia. Después de una rebelión de replicantes, estos son ilegalizados en
la tierra. Los encargados de eliminarlos son unos policías especiales llamados
Blade Runners. Ellos buscan a cuatro replicantes que han llegado a la tierra
para tratar de contactar con su creador, y que así éste pueda alargar su vida,
ya que sólo viven cuatro años. El ex Blade Runner Rick Deckard, interpretado
por Harrison Ford, recibe el encargo de localizar y “retirar” a los cuatro
replicantes.
Deckard es un hombre
atormentado por su pasado, lo que es visible desde la primera secuencia en la
que aparece. Su voz en off lo define como “ex poli, ex Blade Runner, ex
asesino”. Esa clase de poli, de vuelta de todo y enamorado de la chica
equivocada, dota a la película de un clarísimo aire a cine negro clásico.
También, la lluvia constante, la oscura fotografía, la ciudad sucia y
decadente, y por supuesto, la voz en off que el bueno de Ridley tuvo a bien
suprimir, incomprensiblemente, años después, en uno de esos “montajes del
director”. Un mundo en el que los idiomas se han mezclado (algo que también
utilizaría Winterbottom muchos años después en la magnífica Código 46), en donde los animales están
prácticamente extinguidos (y los que se ven no son más que réplicas
artificiales) donde, eso sí, la Coca-Cola sigue estando muy presente (es la
forma que tiene Scott de decirnos que hay cosas que nunca cambian), donde nadie
parece relacionarse con nadie… Ese mundo es en el que tiene que sobrevivir
Deckard. Sus fantasmas personales aumentan con cada replicante que “retira”. Pero
ese sentimiento se agudizará cuando él mismo se enamore de una de ellos,
Rachael, interpretada por Sean Young, en el mejor y más importante papel de su
carrera. Hay dos momentos de la película en que Deckard comprende,
meridianamente, cuán humanos son esos replicantes a los que debe retirar. Uno
es cuando escucha el monólogo que ya he mencionado, y el otro es cuando observa
la profunda tristeza que siente Rachael al descubrir que es una replicante, y
que sus recuerdos (de su madre, de su infancia…) no son más que implantes. Hay
una nostalgia de vivir en Rachael. Nostalgia por algo que no le ha sucedido a
ella. Cuando el viejo Blade Runner y la replicante se abandonan a sus
sentimientos y se besan desesperadamente, se lo dicen todo, sin decir ni una
sola palabra. Deckard le dice que la quiere y que no le importa que sea una
replicante, sin necesidad de abrir la boca. A menudo, en las grandes secuencias,
no se necesita decir nada para que se entienda todo.
La ciencia-ficción
ha sido, tradicionalmente, un género perfecto para reflexionar acerca de la
naturaleza humana; en mi opinión, es el género más filosófico de todos. No me
refiero a películas como la saga Star
Wars o todas aquellas que la imitaron. Éstas son más bien películas de
aventuras. Estoy hablando de otras como 2001,
Solaris, Fahrenheit 451, El planeta de
los simios, Gattaca, Código 46… y por supuesto, Blade Runner. Todas ellas llevan la pregunta “¿a dónde vamos?”
implícita. La que nos ocupa presenta un mundo frío y desnaturalizado. Los
replicantes, aparentemente los malos de la película, sólo quieren un poco más
de tiempo del que, arbitrariamente, se les ha concedido. Aunque para ellos
(igual que para los humanos, en el fondo) ese tiempo nunca será suficiente. La
humanidad ha creado unos seres humanos capaces de amar, odiar, sentir miedo,
tristeza, alegría… Todo gira en torno a esto, si son capaces de sentir como
humanos y pensar como humanos, entonces por qué no se les considera humanos
(los límites éticos de la ciencia, uno de los grandes temas de la ciencia
ficción). Los replicantes no son más que los esclavos del futuro, como si la
humanidad estuviera condenada a repetir los mismos errores una y otra vez.
“Es duro vivir con
miedo, ¿verdad?” Deckard escucha dos veces esa frase a lo largo de la película.
Una vez, dicha con rabia y odio, pronunciada por León, uno de los replicantes a
los que debe retirar, justo antes de que éste intente matarle. La otra, de boca
de Roy Batty, el líder de los replicantes, instantes antes de que éste le salve
la vida. Pero esta vez el tono es completamente distinto. Esta vez es una frase
dicha con el fin de hacer reflexionar. Algo así como, ¿para qué nos creáis si
después nos vais a hacer esto? Te voy a explicar en 50 segundos por qué no
debéis hacernos esto. “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais…”
Alfonso Mazarro
1 comentario:
esta pelicula me gusta demasiado! no se porque cuando la veo me emociono jajaj
saludos! hay varias pelis en tu blog que quiero ver
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